De una nota en Página 12
por María Sol Wasylyk Fedyszak.
Desde El Bolsón y Esquel
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Liliana Cárdenas vive al pie de las montañas de Lago Puelo, en una zona que pertenece a Motoco Cárdenas, una comunidad mapuche conformada por más de 10 familias que van por la quinta generación.
A su casa sólo se puede acceder caminando, después de atravesar un arroyo y recorrer tres cuadras de pleno bosque.
“Hay mucha gente engañada, los engañan porque no saben leer ni escribir."
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"Nosotros conformamos una comunidad reconocida por el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI). Nosotros decidimos no estar más solos, unirnos, y si nos pasa algo, si a mi papá o a mí me tiran al río, uno va a saltar, enseguida.”
En este momento tienen un abogado que no saben si los seguirá defendiendo, ya que depende de si el INAI le aprueba el proyecto.
La familia de Liliana hizo una denuncia hace un tiempo porque el propietario de al lado organiza cabalgatas dentro del territorio de la comunidad Motoco.
Después de la denuncia, “el puestero del propietario de al lado amenazó a mi papá diciéndole que le iba a atar una soga al cogote y lo iba a arrastrar por el río. Finalmente quedó todo en la nada, el secretario del juez o el fiscal me dijo: mire que esto tarda mucho, como diciéndome que me convenía hacer las paces con esta gente, yo le dije que las paces no las iba a hacer con nadie porque ya nos habían hecho mucho daño. Estamos con incertidumbre, pero nosotros estamos en las tierras, queremos el lugar y no vamos a aflojar”, enfatiza Liliana.
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Para llegar a la casa de Maximiliana y Alicia, en la zona de Leleque, hay que atravesar tierras Benetton.
Ellas, junto a seis mujeres más, están al frente de las únicas ocho familias que viven en la zona.
Unidas enfrentan cualquier adversidad que se les presente.
Sus casas están pegadas y siempre se juntan cuando reciben visitas.
En invierno comienzan sus actividades a las 9 de la mañana porque hace demasiado frío, cortan leña, buscan agua, hacen pan.
Reciben noticias a través de la radio.
Hay momentos en que se les complica salir de la zona porque se desborda el río y quedan encerradas.
Hoy reclaman que sus hijos puedan continuar educándose en la escuela, y quieren la instalación de un puesto sanitario para no tener que caminar kilómetros para asistir a los enfermos en las urgencias.
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“Donde estamos nosotras ahora pertenece al ferrocarril. Conseguimos esta casa hace 12 años, cuando mi esposo trabajaba en la estancia y los chicos estudiaban. Además, la escuela quedaba cerca y no había que viajar tanto para llegar. Con el tiempo comenzaron a llegar un montón de familias que llevaban a sus chicos a la escuela”, relata Maximiliana.
Hoy sólo quedan alrededor de ocho familias, casi todas mujeres solas.
Algunos de los maridos están trabajando en otros lugares como peones de campo.
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A medida que los chicos terminaban la escuela, las familias se iban.
Desde el lugar en el que viven, deben caminar dos horas para llegar a la ruta por donde pasa el micro que viaja a cualquier otra localidad, como Esquel o El Bolsón, pero los días de lluvia o nevada la salida es complicada.
Con el tiempo las quisieron desalojar.
“Nos decían que esas eran tierras de Benetton y que nos iban a alquilar una casa en el pueblo para que nos fuéramos a vivir pero después pensamos que era un engaño.”
Para entrar y para salir de su casa deben atravesar tierras Benneton.
“Antes había otro patrón que tenía una tranquera para dejarnos pasar con el caballo, pero cuando murió comenzaron a querer desalojarnos del lugar, cerraron todo con candado.”
Cuando empezaron a decirles que se tenían que ir, llamaron a Mauro Millán, werkén (vocero) de la Organización Mapuche-Tehuelche 11 de octubre: cuando él las fue a visitar para charlar, para saber qué necesitan y asesorarlas acerca de sus derechos, hizo todo el camino acompañado por custodia de Benetton.
Además, cerca de Leleque, en medio de la ruta desértica, se encuentra una comisaría.
Algunos suponen que es para frenar las manifestaciones que se hicieron en protesta de la compra de tierras por parte del propietario italiano.
Hace un año les dijeron que debían desalojar la zona en la que viven, “el que venía era una persona que pertenecía a la empresa del ferrocarril”, relata Alicia.
Algunas familias quieren quedarse allá porque se criaron en ese espacio, pero otras si les ofrecen una casa podrían trasladarse.
“A nosotras nos gustaría quedarnos y nos gustaría tener una escuela para que los chicos no se tengan que ir del lugar si quieren seguir estudiando después del nivel básico, pero la maestra de la escuela que venía de El Bolsón ahora no puede venir más, así que no sabemos si habrá clases. Otra de las docentes tuvo un bebé y la maestra de jardín tiene problemas, la directora se encuentra sola. No hay Polimodal.”
También querían instalar un puesto sanitario porque el hospital más cercano, el de El Maitén, queda demasiado lejos. Todavía siguen esperando.
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María Luisa Huincaleo tiene 56 años, más de la mitad en lucha.
“No queremos que los jóvenes se vayan a la ciudad y abandonen sus tierras porque ahí es donde se les da la posibilidad a los terratenientes de ver los campos solos y querer comprarlos, y eso es lo que queremos evitar; somos responsables de defender la tierra”.
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María Luisa es werkén de la comunidad mapuche de Gualjaina (una palabra tehuelche que significa “dos ojos de agua”), un pequeño centro urbano cercano a Esquel en el que viven 900 familias que descienden, en un 90 por ciento, de los pueblos originarios, aunque no todos conozcan la cultura.
"Cuando yo iba a la escuela, de chica, me decían que yo era india, y yo lloraba, tanto me discriminaron. Todavía hoy uno va a ciertas comunidades y te dicen: 'yo no soy mapuche', pero uno le ve el apellido que es mapuche. Les han lavado tanto la cabeza, les dicen que no sirven, que son brutos, inútiles, entonces se discriminan ellos mismos. Pero a pesar de todo siempre digo que si nosotros después de 500 años nos levantamos quiere decir que tenemos aguante después de todo lo que nos han hecho...".
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"Yo sufrí muchísimo para criarme, me quedé huérfana temprano y todo eso me llevó a desear que, cuando fuera grande, iba a tomar mis propias decisiones. Por eso volví a la comunidad, a ayudar mi gente y ahora tengo una responsabilidad: dejar un camino más claro para los que vienen."
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Cuando era pequeña, su madre no podía enseñarle la lengua mapuche:
“En ese tiempo estaba Gendarmería, que le prohibía terminantemente que le enseñe la lengua a sus hijos, y ella nos decía que para que nosotros no fuéramos castigados no nos iba a enseñar”.
Ahora, el hijo de María Luisa, a los 9 años, está recuperando la lengua y habitando las costumbres:
“Es un peuchen, es un chico de los que está dentro de la ceremonias”.
Esquel te enamora, se incorpora a tu piel como los abrojos mismos.
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Esquel y vos :De Daniel Galatro
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