SUCEDIDOS
El basilisco - (Narrado por Pichu Pilú).
Parece que la suerte viene una sola vez; y si uno la deja escapar, no viene nunca más. Perlo la desgracia nunca se olvida de la entrada a la ruka.
Eso lo sabemos nosotros. Cerca teníamos la suerte.
En el pedregal, entre escombros de las rocas y raíces de los árboles, vi una víbora de ojos colorados que justo había puesto huevos y se había ido.
Uno de los huevos era más grande y comenzó a reventar, porque era el huevo de un basilisco.
Si yo lo hubiera visto antes que él a mí, hoy día sería un hombre rico. Pero me miraba con su único ojo antes de que yo lo viera y así no pude tener ningún poder sobre él; tuve que escapar y su furia me seguía tan rápido como mi carrera.
Si yo lo hubiera visto primero, él me hubiera obedecido. Lo hubiera encerrado en algún lugar, dándole carne todos los días, por que tiene que crecer, y todos mis deseos se hubieran cumplido. Todos los ricos tienen uno de estos gusanos, pero ellos mismos tienen que darle la comida, porque si otro lo hace, entonces mata al dueño y él mismo muere de furia. Pero por lo menos ha sido rico, el dueño.
Cuando fui a la montaña, el blanco ñamku voló hacia el sur. De manera que fui muy prudente, porque tenía bastante con ese mal agüero.
Después de que este bicho con un solo ojo me hizo escapar, otra vez voló el ñamku delante de mí, hacia el sur. Así que me apuré a ir a casa, mi piuké me lo mandó así, mi pobre corazón.
En la ruka se sentía llorar.
Mi uillin uentrú, mi hijito, tenía dolor de garganta; caliente tenía el cuerpo y estaba acostado. ¡Ay, ay, ay! ¡Qué pena!
¡Cuánto debemos a la machi! Ella vino enseguida, la mujer que sabe hacer remedios, y supo al momento de qué se trataba. Pidió ajo, sal y una papa grande. Menos mal que había todo eso en casa.
Hizo un agujero a través de la papa y puso el ajo cortado dentro. Eso era la garganta, la papa. ¡Qué gran cosa es el saber!
Y una gota de hiel de buitre encima, para el ojo enfermo. Entonces formó una cruz con la otra mitad del ajo
y la puso arriba de la papa. Enseguida notó que había ‘mal de ojo’.
Nosotros también nos acordamos, entonces, de que el chonchón había gritado la noche pasada. Y no habíamos quemado uñas de cabra y no lo espantamos. Así entró la desgracia.
Ahora pidió también porotos secos, arvejas y lentejas. Todo eso lo molió como polvo fino; como era un peñién, un chico, tenía que usar estas legumbres. Si hubiera sido un pichi domo, una chica, de nada hubiera servido.
Luego le cortó la cresta a una gallina joven y toda negra de modo que se desangró. ¡Un milagro de sabiduría es esta machi!
Mezcló la harina fina con la sangre, como una pasta: a esta la untó sobre un papel delgado y así se lo puso encima al uilliñ. ¿Cuándo puede curar así un médico de los uinka?
Sonaba muy lindo cuando echó al ueküfe, que lo había visto sobre un árbol medio quemado, cuando ella entró al rancho. Fuerte agarró el cuerpo del pájaro chukau sobre el pecho del enfermo y casi era divertido cuando retó al malo.
Por dos veces sacó gusanos del pecho del uilliñ y también un hueso que lo lastimaba. Después pegó con fuerza en el pecho y la espalda del chiquito; como un remolino eran sus manos.
Por último, con ‘palabras santas’ quemaba el mal de la garganta y de los ojos.
Pero cuando ella terminó con la brujería, mi uilliñ había muerto.
De todos modos hubo tranquilidad en nuestros corazones cuando ella dijo:
“Algunos necesitan doce yuyos y cuatro aguas curativas. No: doce aguas curativas y cuatro yuyos, y algunas partes de buitre. Del tigre, la lengua. De los sapos, el seso.
Pero, pobre del peñién si yo hubiera hecho eso. Sin sentirlo hubiera venido el ualicho, porque no hubiera sabido que esta era mi manera de curar. Él, que monta los caballos de los pillañ, que ganan todas las carreras.
Sepan: demasiado fuerte ha sido el remedio.
¡Maldíganme! ¡Quémenme! Lo hizo mi corazón. Se equivocó también mi gran ualicho.
¡Estén tranquilos! Ustedes han tenido un niño muy débil y enclenque; eso lo noté enseguida. ¿O quizá la gallina tenía una pluma blanca? ¿O tal vez era vieja?
Ella tenía un huevo de basilisco en la panza y yo se lo quité antes de que viera al enfermito. Y las cataplasmas con sangre no eran para una garganta enferma, no eran para débiles uakül, para gargantas delicadas; eran para pulmones enfermos. Pero muchas veces se anda a ciegas para encontrar los rastros de los que se fueron, de los que se fueron hacia Antü.
Pero al final, uno tiene que llegar solo, no tiene que seguir el curso del agua., el camino más cómodo. Uno solamente llega peleando, porque la vida es un aro. Todo corre y busca, hasta que llega allí, donde empezó.
Yo vine en mi cabalo del cielo, el caballo de Pillañ. Para que se cierre el aro y otros aros se abran.
He salvado de la flecha envenenada al peñién, en el monte de fuego. ¡Está conmigo! ¡Pero mátenme! ¡El peñién también ha muerto!
Por último, la pura verdad: no he podido sacar la víbora venenosa, que estaba dentro de él y que llegaba desde la boca hasta el ano. Tapen todas las salidas, por que los va a matar”.
Eso sonaba muy lindo y nuestros corazones encontraron la paz.
Poco entendíamos nosotros de las santas palabras, pero con gusto nos hicimos pobres, para regalarle todo a la Grande.
¡Una víbora tan enorme, tan larga!
¡Si nos hubiera mordido a nosotros!
¡Ay, ay, ay!
Fuente: http://bucket.clanacion.com.ar/common/anexos/Informes/12/36412.pdf
---
** http://salasdevideoconferenciasolgaydaniel.blogspot.com.ar/
Pero, pobre del peñién si yo hubiera hecho eso. Sin sentirlo hubiera venido el ualicho, porque no hubiera sabido que esta era mi manera de curar. Él, que monta los caballos de los pillañ, que ganan todas las carreras.
Sepan: demasiado fuerte ha sido el remedio.
¡Maldíganme! ¡Quémenme! Lo hizo mi corazón. Se equivocó también mi gran ualicho.
¡Estén tranquilos! Ustedes han tenido un niño muy débil y enclenque; eso lo noté enseguida. ¿O quizá la gallina tenía una pluma blanca? ¿O tal vez era vieja?
Ella tenía un huevo de basilisco en la panza y yo se lo quité antes de que viera al enfermito. Y las cataplasmas con sangre no eran para una garganta enferma, no eran para débiles uakül, para gargantas delicadas; eran para pulmones enfermos. Pero muchas veces se anda a ciegas para encontrar los rastros de los que se fueron, de los que se fueron hacia Antü.
Pero al final, uno tiene que llegar solo, no tiene que seguir el curso del agua., el camino más cómodo. Uno solamente llega peleando, porque la vida es un aro. Todo corre y busca, hasta que llega allí, donde empezó.
Yo vine en mi cabalo del cielo, el caballo de Pillañ. Para que se cierre el aro y otros aros se abran.
He salvado de la flecha envenenada al peñién, en el monte de fuego. ¡Está conmigo! ¡Pero mátenme! ¡El peñién también ha muerto!
Por último, la pura verdad: no he podido sacar la víbora venenosa, que estaba dentro de él y que llegaba desde la boca hasta el ano. Tapen todas las salidas, por que los va a matar”.
Eso sonaba muy lindo y nuestros corazones encontraron la paz.
Poco entendíamos nosotros de las santas palabras, pero con gusto nos hicimos pobres, para regalarle todo a la Grande.
¡Una víbora tan enorme, tan larga!
¡Si nos hubiera mordido a nosotros!
¡Ay, ay, ay!
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