LA REFORMA DEL HIMNO DE LA PROVINCIA DE RÍO NEGRO Carlos Schulmaister en RazonEs de Ser Es casi un hecho consumado que el himno provincial rionegrino será modificado por la Legislatura. Como estoy en contra de la iniciativa expondré mis razones. El himno provincial rionegrino es una obra intelectual, es creación de contenidos simbólicos que por lo mismo caen bajo el amparo de la ley 11723 de derecho de la propiedad intelectual. En consecuencia, no puede absolutamente nadie, persona física ni jurídica, meter mano en ella. Podrá reglarse la jerarquía de la obra y su utilización en la vida social pública y privada pero no puede desnaturalizarse su forma ni su contenido. Aun más allá de los plazos de protección legal de los derechos patrimoniales sobre la obra nadie puede desnaturalizarla ni hacerle cambios con atribución de autoría implícita al creador original; lo cual ocurriría si se suprimieran partes de la letra original o se incorporaran nuevas. La propiedad de la obra, como derecho personalísimo de su autor no se extingue, por lo tanto no puede ser tocada jamás. Si la sociedad rionegrina estuviera desconforme con el actual himno tiene a su disposición el mecanismo legal correspondiente que es declarar concluido su carácter de himno provincial y convocar a la creación de uno nuevo en su reemplazo. Pero tendrán que ponerse de acuerdo previamente los representantes del pueblo en la legislatura para establecer las condiciones a las que deberán someterse los eventuales participantes de esa convocatoria. Entre otras -y no menos importante- que esa participación constituya una locación de obra sobre bases nuevas (no para retocar la obra del Pbro. Extraigas), de modo que la comisión a cargo pueda evaluar y contraproponer las modificaciones que tuviere a bien considerar. No creo que el Pbro. Raúl Entraigas haya firmado un contrato previo con el gobierno provincial de aquellos tiempos para proceder en consecuencia a redactar la letra del posteriormente declarado himno de la provincia de Río Negro, ni tampoco creo que se la haya vendido o donado. Más razón, si así fuera, para que su obra sea intangible, como toda obra de creación intelectual. En segundo lugar, connotar o directamente atribuir -como viene haciéndose desde hace mucho tiempo- que la letra del himno refleja directamente la cara frontal o la oculta (según sea el proponente) de la verdadera concepción de la Iglesia acerca de los indígenas patagónicos es una generalización tremendista digna de mejor causa. Efectivamente, semejante suposición respecto de la Iglesia Católica no sería un despropósito si básicamente los hechos de la historia así lo corroboraran, como corroboran doctrinas y prácticas espantosas en contra de ciertos hijos de Dios en todos los tiempos y lugares donde estuvo presente. Esto es comprobable en la misma producción intelectual teológica, en la historia de la Iglesia y en la historia universal. ¡Cuánto más habrá de serlo en los libros de autores independientes! Sin embargo, no es el caso para la Patagonia (y me remito a la nuestra, la de Argentina), precisamente por su ausencia. Recién en 1875 tendremos a la organización salesiana en estos lares realizando una obra de extraordinario carácter benéfico, la cual debe ser estudiada y revalorizada aun admitiendo que no haya sido perfecta, como lo es toda obra humana. Con frecuencia suele negarse lo dicho en el párrafo precedente, tanto por ser fruto de la ignorancia (muchas veces académicamente calificada), como también de los tics izquierdosos de moda centrados en el cliché de que la cruz, la espada, la sotana y la bota son a priori intrínsecamente perversos al igual que el capitalismo (“axioma” que nace habitualmente en las casas de estudio públicas de este país laico), pero especialmente por obra del tremendismo sociopolítico de la cultura argentina actual, habida cuenta de que la estética bizarra desmesurada cotiza muy bien en la feria de las vanidades politiqueras. No por nada es más fácil criticar a la Iglesia como un todo de características homogéneas, sin establecer diferencias (las cuales no sólo existen sino que deben ser reveladas en toda búsqueda de verdad), mientras que por otra parte -al considerarse como verdad de sentido común el supuesto genocidio perpetrado por el Gral. Roca en la conquista del desierto- se soslaya al ideólogo emblemático de la “depuración” racial que fue Sarmiento. Y lo que más asombra es que ese doble standard hermenéutico y esa ausencia de crítica estén presentes en la obra escrita y en la divulgación mediática por algunos historiadores actuales muy famosos que algunas veces han dicho ciertas verdades. Habrá que recordarles que la obligación de todo historiador es decir siempre la verdad, pero toda la verdad. En tercer lugar, la referencia en la letra del himno a que “sobre el alma del tehuelche puso el sello el español” es un recurso expresivo del Pbro. Extraigas ya que los españoles no tuvieron prácticamente contacto con indígenas de la Patagonia, menos aún con los tehuelches. Ni tuvieron los sacerdotes católicos contactos permanentes con ellos ni con ninguna etnia patagónica como para inferir o hallar que en este territorio existieron procesos comprobados de deculturación de las etnias locales. En cuarto lugar, que si la conversión o la “evangelización” fue en líneas generales una imposición autoritaria en Hispanoamérica (así había sido en casi todo el mundo), como lo demuestra acabadamente la historia que no está abonada a la leyenda rosa, la conversión religiosa de los nativos fue a la larga un fenómeno impresionante hasta el día de hoy, producido con notas de sincretismo religioso que le proporcionan autenticidad. De modo que hoy, cuando existen 200 millones de indígenas y casi otro tanto de mestizos que profesan el cristianismo, es una muestra de soberbia pretender –como se oye a menudo- que ellos abominen de sus actuales creencias y vuelvan a sus antiguos dioses para que los preceptistas actuales de la Revolución, sean los perimidos del marxismo o los refulgentes dela New Age, les den su bendición y su acompañamiento solidario. Eso no es solidaridad sino paternalismo y autoritarismo cultural. Por otra parte, si con la cuestión de los derechos humanos se pretende criticar y revisar toda la historia universal acabaremos cuestionando a Jesucristo por no haber condenado expresamente la esclavitud. En este sentido sugiero que se piense que esa Iglesia que obligaba mediante el Requerimiento a una conversión religiosa cruel e incomprensible de los indígenas lo hacía basándose en que lo que uno consideraba que era lo mejor para uno y su descendencia debía ser puesto al alcance de los demás, aunque no fueran de la raza blanca. Ello era así a diferencia del pensamiento de los ingleses, los otros conquistadores y colonialistas principales de la época, quienes siendo supuestamente tan cultos (y esto es otra estúpida creencia muy difundida) no le daban su misma religión a los negros del África ni a los nativos del Asia porque sabían que no podrían estar luego juntos, el amo y el esclavo, en la misa y arrodillados ante el mismo Dios. Semejante hipocresía no se la bancaban, así que pusieron las cosas en claro: “los hijos de Dios somos nosotros y ustedes son los hijos de vuestros dioses”. En cambio, en Hispanoamérica era común que nodrizas indígenas amamantaran criaturas blancas cuando sus madres no tenían más leche en sus pechos. En la misma situación un amo inglés cuyo hijo hubiera sido amamantado por su esclava la habría asesinado inmediatamente por considerar que había contaminado a su hijo. En igual sentido, el mestizaje entre blancos e indígenas fue normal en Hispanoamérica, no así en las áreas coloniales anglosajonas. Por extensión, pretender hoy, como pretenden, ciertos revisadores de la historia, que los pueblos mestizos, o sea la gran mayoría de este subcontinente, abominen de una de sus vertientes genéticas fundadoras, y por extensión de la cultura proveniente de sus padres, es otra muestra del tremendismo y la barbarie de algunos defensores de los pueblos originarios. Siguiendo con esta estupidez tendrían que ir al Asia nuestros tremendistas que quieren volver a la supuesta etapa de comunidad primitiva para predicar que los asiáticos orientales, hoy en gran medida mestizados e integrados socialmente vuelvan a buscar una supuesta pureza racial que sólo existe en las mentes afiebradas de una intelectualidad que atrasa en lugar de anticipar. De modo que, si todo tiene que ver con todo, cuando se habla de cambiar la letra del himno rionegrino no se puede hacer sin tomar en cuenta consideraciones como las precedentes, que van más allá del procedimiento y las peripecias del ajetreado “cuentaporotismo” legislativo de estos tiempos electorales. Paso a la cuestión de incluir “el mar” porque el Pbro. Extraigas no lo mencionó (¡…!), o a la de reemplazar la palabra “pampa” por la de “estepa” cuando se mencionan las zonas típicas de nuestra provincia. Primeramente remito la cuestión a las consideraciones precedentes sobre la intangibilidad de la obra intelectual. Por lo demás seré breve: dentro de cincuenta años no faltará quien proponga reformar el himno provincial porque no incluye a la atmósfera. ¡Como si de semejante inclusión redundara una cuestión de justicia que no sé si llamarla geográfica (en realidad sería una falacia) o política (pues si esto constituye hacer justicia sigamos con los himnos municipales, con los escudos municipales para uso oficial y los distintivos populares equivalentes a la escarapela nacional para la muchachada y terminemos declarando luego a cada municipio “Zona libre de injusticia”! ¡Y que los responsables no se olviden de construir los correspondientes letreros (luminosos, eso sí, para las horas de la noche) y de colocarlos a la entrada de cada localidad! Simplemente, quiero marcar la diferencia entre administrar y gobernar. Lo primero es mover, modificar, retocar, reglamentar lo existente, lo dado, y nada más, por más que muchas modificaciones de lo existente podrían tener una gran relevancia si fueran hasta la médula de los problemas, lo que habitualmente no es así sino un simple “hacer como si…”. Gobernar, en cambio, es crear, es trabajar con el futuro, no con el pasado. Es imaginar lo bueno y lo eficaz que todavía es un inédito, pero es un inédito posible que compromete el futuro de nuestros descendientes. Por eso, para administrar no hace falta más que dar las consignas y poner los empleados correspondientes a trabajar. Para gobernar, en cambio, se necesitan personas inteligentes, creativas, comprometidas con las personas, no con intereses propios, de facción o de empresa; personas que hagan menos espamento pero que produzcan más de eso que la mayoría estamos esperando. |
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