Cenizas descendieron sobre la ciudad. Y sobre sus casas. Y sobre sus pobladores. Y sobre todo lo que estuviera estático o en movimiento.
La gente se desorientó. Un temor apocalíptico invadió las almas más frágiles. ¿Qué era eso que caía desde el cielo? Un cielo oscurecido por algo que no dejaba llegar la luz del sol, si es que aún había algún sol por allá arriba, en lo que no se podía ver.
Un polvillo caía causando una imagen no muy diferente a la de una nevisca. Pero las partículas irritaban ojos y gargantas, se aferraban a las prendas de vestir, creaban una sensación generalizada de impotencia ante alguna forma imprevista del fin del mundo. O, al menos, del fin de Esquel.
Pero todo tenía una explicación. La que aparece en los periódicos, o se comenta por las radios, o se muestra en la televisión. Una explicación primeramente confusa y plagada de errores, que poco a poco se va haciendo más precisa, exacta y veraz.
Lo que no se nos podrá discutir es que fue un día diferente en Esquel y toda la comarca. Nadie había sido testigo de algo así en toda su vida. Y la mayoría, entre los que nos contamos y - confiese - usted también, tuvo algo así como un "miedito" que se mostraba como preocupación, molestia, o hasta alguna broma expresada con un toque de nerviosismo.
Las fotografías son de Puerta E. Las cenizas, no.
Lo que no se nos podrá discutir es que fue un día diferente en Esquel y toda la comarca. Nadie había sido testigo de algo así en toda su vida. Y la mayoría, entre los que nos contamos y - confiese - usted también, tuvo algo así como un "miedito" que se mostraba como preocupación, molestia, o hasta alguna broma expresada con un toque de nerviosismo.
Las fotografías son de Puerta E. Las cenizas, no.
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