Los guardianes del Paraíso.
Había una vez, allá en el sur, una comarca recostada contra una enorme y altiva cordillera que mucho tiempo atrás había tallado el universo.
Era un lugar hermoso, muy hermoso. Tanto, que algunos lo consideraban una antesala del Paraíso prometido.
La vida florecía sin prisas ni pausas en esa región del mundo.
Pero un día llegaron hombres ambiciosos que golpearon duramente a quienes desde hacía siglos habitaban esas tierras.
Ocuparon lo que no era suyo para usar del lugar y de sus frutos.
Y nada pudo hacerse entonces.
El tiempo, que todo lo cura, se ocupó de que las heridas comenzaran a convertirse poco a poco en cicatrices.
Podía haber un futuro venturoso para quienes con buena voluntad lograran una distribución justa de todas esas maravillas.
Pasaron muchos años. Los abrojales iniciales se hicieron pueblos. Los senderos, calles, avenidas y caminos.
Pero otro día llegaron otros hombres ambiciosos atraídos por las riquezas que el suelo de aquella comarca podía proveerles.
Sin amor alguno por el lugar ni por la vida que allí persistía en seguir floreciendo.
Sólo el oro. Sólo todas las formas de oro que también abundaban bajo la superficie de esa antesala del Paraíso.
E intentaron extraer de sus entrañas lo que les era tan valioso.
Y pretendieron hacerlo de una forma que destruiría sin piedad la esencia más pura de esa naturaleza que engalanaba aquella porción de planeta situada allá en el sur.
Pero esta vez los Adanes y las Evas de ese Edén dijeron "no".
Aunque los alerces parecieron llenarse de serpientes que les ofrecían extrañas manzanas con rostros de próceres ajenos a cambio de su valiosa pureza, no cedieron.
Primero fueron solamente algunos ancianos sabios los que percibieron el peligro.
Pronto se sumaron a ellos otros que iban comprendiendo de qué se trataba.
La supervivencia de esa comarca que alguna vez fuera usurpada a sus primitivos ocupantes, estaba ahora en manos de ellos, los nuevos originarios que la historia había designado.
Así fueron muchos los que se negaron a ceder. Porque esta vez nadie iba a convertirse en verdugo para dañar ese lugar hermoso, muy hermoso, ni a sus habitantes humanos, animales y vegetales.
Tan milagrosamente como había sido creada mucho tiempo atrás esa porción de planeta, quienes debían defenderla comenzaron a mover sus cabezas hacia un lado y hacia el otro, en una muestra de indubitable negación.
Y ese "no" con que cerraban la puerta a los nuevos invasores fue percibido por ellos, por quienes los habían enviado, por quienes los habían favorecido, por muchos en el mundo que comprendieron que se podía enfrentar a esos hombres ambiciosos si los guardianes de los Paraísos eran muchos, eran fuertes y estaban firmemente unidos.
Por eso aún existe ese lugar hermoso, muy hermoso, allá en el sur. Esa comarca recostada contra una enorme y altiva cordillera que mucho tiempo atrás había tallado el universo.
Y que tenía ahora una nueva riqueza recuperada: la dignidad.
Daniel Aníbal Galatro
Esquel - Chubut - Argentina
http://esquelintimo.blogspot.com
La vida florecía sin prisas ni pausas en esa región del mundo.
Pero un día llegaron hombres ambiciosos que golpearon duramente a quienes desde hacía siglos habitaban esas tierras.
Ocuparon lo que no era suyo para usar del lugar y de sus frutos.
Y nada pudo hacerse entonces.
El tiempo, que todo lo cura, se ocupó de que las heridas comenzaran a convertirse poco a poco en cicatrices.
Podía haber un futuro venturoso para quienes con buena voluntad lograran una distribución justa de todas esas maravillas.
Pasaron muchos años. Los abrojales iniciales se hicieron pueblos. Los senderos, calles, avenidas y caminos.
Pero otro día llegaron otros hombres ambiciosos atraídos por las riquezas que el suelo de aquella comarca podía proveerles.
Sin amor alguno por el lugar ni por la vida que allí persistía en seguir floreciendo.
Sólo el oro. Sólo todas las formas de oro que también abundaban bajo la superficie de esa antesala del Paraíso.
E intentaron extraer de sus entrañas lo que les era tan valioso.
Y pretendieron hacerlo de una forma que destruiría sin piedad la esencia más pura de esa naturaleza que engalanaba aquella porción de planeta situada allá en el sur.
Pero esta vez los Adanes y las Evas de ese Edén dijeron "no".
Aunque los alerces parecieron llenarse de serpientes que les ofrecían extrañas manzanas con rostros de próceres ajenos a cambio de su valiosa pureza, no cedieron.
Primero fueron solamente algunos ancianos sabios los que percibieron el peligro.
Pronto se sumaron a ellos otros que iban comprendiendo de qué se trataba.
La supervivencia de esa comarca que alguna vez fuera usurpada a sus primitivos ocupantes, estaba ahora en manos de ellos, los nuevos originarios que la historia había designado.
Así fueron muchos los que se negaron a ceder. Porque esta vez nadie iba a convertirse en verdugo para dañar ese lugar hermoso, muy hermoso, ni a sus habitantes humanos, animales y vegetales.
Tan milagrosamente como había sido creada mucho tiempo atrás esa porción de planeta, quienes debían defenderla comenzaron a mover sus cabezas hacia un lado y hacia el otro, en una muestra de indubitable negación.
Y ese "no" con que cerraban la puerta a los nuevos invasores fue percibido por ellos, por quienes los habían enviado, por quienes los habían favorecido, por muchos en el mundo que comprendieron que se podía enfrentar a esos hombres ambiciosos si los guardianes de los Paraísos eran muchos, eran fuertes y estaban firmemente unidos.
Por eso aún existe ese lugar hermoso, muy hermoso, allá en el sur. Esa comarca recostada contra una enorme y altiva cordillera que mucho tiempo atrás había tallado el universo.
Y que tenía ahora una nueva riqueza recuperada: la dignidad.
Daniel Aníbal Galatro
Esquel - Chubut - Argentina
http://esquelintimo.blogspot.com
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