Cuando el sacerdote abrió el tablero del confesionario, el hombre dijo:
- Padre... Durante la Segunda Guerra Mundial, una mujer bonita golpeó a mi puerta y me pidió que la escondiera del enemigo. Así que yo la escondí en mi altillo.
- ¡Esa fue una cosa maravillosa que has hecho, hijo! -contestó el sacerdote- No tienes la necesidad de confesar eso.
- No, Padre, es que ella empezó a agradecerme con favores sexuales.
- Estando en gran peligro y bajo esas circunstancias, dos personas pueden ser muy tentadas a actuar así. Pero si lo sientes verdaderamente, estás perdonado de hecho.
- Gracias, Padre. Esa es una gran carga que le saca a mi alma. Pero tengo una duda más.
- ¿Y cuál es, hijo?
- ¿Cree Ud. que debería decirle que la guerra ha terminado?
(Enviado por nuestro amigo Paco desde Madrid)
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